7 de julio de 2009

La crisis (económica) de Hollywood (II)


José Hernández / Murcia

Hace poco dejábamos la pregunta en el aire: si cada vez se saca más dinero en el cine, ¿por qué las grandes empresas americanas están pasando tantas dificultades para mantenerse a flote? Para hallar la respuesta, primero hay que mirar a los gastos.
No es un secreto que los presupuestos de las películas americanas son cada vez más abultados. Entre las exigencias de las estrellas y la necesidad de aumentar el nivel de espectacularidad para atraer a gente a las salas con películas-evento, el dinero invertido en las producciones se dispara. Y no sólo se trata de gastar en la propia preparación del filme: los gastos publicitarios están alcanzando un nivel desorbitado, hasta igualar en algunos casos la inversión en la propia película –y cuando estamos hablando de 200 millones de dólares por una sola de esas cosas, no es moco de pavo-.

Esto podría explicar la crisis… Sin embargo, dijimos antes que los estudios siempre acaban con beneficios. ¿Cómo casan estos datos tan contradictorios? La clave está en el tiempo. Para financiar una película, los estudios no acuden a sus arcas, sino a créditos bancarios. Y la mayoría de las películas no llegan a recaudar lo invertido hasta bien entrado el mercado doméstico. Para entonces, los intereses han provocado que la inversión sea aún mayor, pero no es eso lo relevante, sino el hecho de que los estudios estén siempre hipotecados hasta el cuello. Los nuevos estrenos sirven para pagar los intereses de los antiguos, y así ad infinitum. A poco que llegue una mala racha de películas, como le ha pasado a MGM, los inversores pueden ver menguar sus acciones por culpa de la presión fiscal, lo que desemboca en una situación límite.

Pero no todo es culpa de este sistema de ‘cuanto más como, más hambre tengo’. También tiene buena culpa la aglomeración de compañías en grandes gigantes mediáticos y empresariales. Paramount, por ejemplo, es propiedad de Viacom. Time Warner, Walt Disney, News Corporation, General Electric y Sony son las otras compañías que se reparten el pastel de los estudios importantes, de los cuales dependen la mayoría de productoras pequeñas y estudios de menor relevancia, como LionsGate o DreamWorks, tanto para labores de producción como para la distribución a nivel nacional e internacional.

¿Qué ocurre con este sistema tan concentrado? Aparte de la homogeneización temática e ideológica, que eso es asunto para otro artículo, estos conglomerados tienen ramas en todo tipo de industrias. Muchas de ellas se están viendo tremendamente afectadas por la actual crisis económica, hasta el punto de peligrar su misma existencia. Así pues, las ‘macros’ utilizan los beneficios obtenidos con sus apéndices cinematográficos para tapar los agujeros de sus otras articulaciones. Hasta el punto de que, como es de esperar, la presión que soportan los estudios les pone en una situación límite, sobre todo cuando atraviesan una de esas ‘malas rachas’ en donde los créditos dejan de apretar para empezar a ahogar. Ahí es cuando comienza a peligrar su estabilidad, y corren el peligro de desaparecer o ser vendidas al mejor postor.

Así se llega a la situación actual, en donde las majors han dejado de ser fuerzas motoras para convertirse en meros peones en el juego económico global. Fichas que se pueden sacrificar cuando ya han cumplido su cometido y comienzan a ser un lastre en lugar de un salvavidas. El problema es que, con este comercio de piezas de desguace, podemos acabar viendo cómo las compañías mediáticas se agrupan no bajo seis banderas, sino bajo una o dos. Y ahí sí que tendríamos un problema mayor que el meramente monetario.

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