22 de diciembre de 2011

Doctor Malick

22 / dic / 2011 - Alfonso Dols.

Los niños nunca mienten. Todos llevamos un niño dentro. Éstas son algunas afirmaciones de adultos que los más pequeños no entienden. El mundo de los adultos, el modo de ver las cosas, o las enseñanzas, que inculcamos, contrastan con la óptica, y percepción de un niño. Ésta es mucho más primaria, no ansía poder, ni dinero, tan sólo en muchas ocasiones, amor y afecto.

Muchas grandes obras maestras de la literatura o el cine, llevan la mirada de un niño, el razonamiento, y su perplejidad ante la sociedad que observa. 'El principito', vino de otro planeta para conseguir frenar los problemas que asolaban su mundo y nos fascinó con su visión del mundo, su clarividencia mostrándonos lo inútil de tantas cosas de las que nos rodeamos, y lo esencial, que en tantas ocasiones nos empeñamos en enterrar.

Podríamos seguir con 'El secreto del bosque viejo', de Buzzati, 'El viejo y el mar' de Hemingway, o 'Cinema paradiso' de Tornatore, y 'El ladrón de bicicletas' de Sica, grandes clásicos del cine.

Hoy ya hemos olvidado que todos fuimos niños. Hoy nuestro mundo ha cambiado y lo percibimos todo a través de nuestra nueva y fantástica percepción. Toda aquella que se escape de la nuestra, no es la correcta, o es infantil o es fantástica, y se aleja de la realidad. En 'El árbol de la vida', la genial película de Terrence Malick, volvemos al mundo infantil, el de los juegos, las exploraciones, las carreras, las peleas, y el contacto -14 horas seguidas- al menos con la naturaleza.

Un inmenso mundo que se abre a la mirada de un niño. Un mundo por explorar, un mundo por sentir, y un mundo por sufrir. La cámara de Malick baja a 1.30 metros de altura, y se inmiscuye en los juegos infantiles, se adentra en el bosque, comparte juegos con la pelota y también se acerca para detallar los miedos, inseguridades, envidias, e impotencia que los personajes que van descubriendo en los demás y en sí mismos.

Superar estas situaciones y, sobretodo, el modo en que se superan, forjan al individuo, crean a la persona que será. Así como nuestras acciones de hoy se reflejarán en nuestro yo futuro.

La grandeza de la película está en la veracidad de la historia, la gran interpretación de los actores, las imágenes que capta Malick, tan sencillas, pero que revelan los detalles más importantes de la historia. Esto es el cine, mostrar, en un plano, o secuencia, diez, veinte minutos de narración.

Al principio de la película, nos presentan al matrimonio Pitt-Chastain, que reciben la trágica noticia del fallecimiento de su hijo en la guerra, el drama familiar de una madre y un padre desolados nos permite acercarnos a la vida de esos padres, a esa familia ahora tan herida. Todo es un flash-back. Toda la historia forma parte del pasado, Malick nos cuenta, cómo llego a suceder todo, inicia el camino de la vida de una familia y nos presenta la situación actual. Sean Penn, nuestro Jack en edad adulta, aparece melancólico, triste, ensimismado, rodeado de objetos inertes, en mundo de cristal y gris sin colores ni texturas.

Es el mundo actual, el mundo del éxito y el progreso, aquel en el que no encaja Jack, aquel de el que se siente ajeno. Un click se ha activado en su cerebro, algo ha cambiado. Ello le hace reflexionar sobre su mundo y como en él nada adquiere sentido, tantos años después. Moraleja que nos debería hacer reflexionar sobre aquello que nos rodea, aquello qué amamos, y por quién somos amados, en busca de un mundo más humanizado y comprensible.

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