15 de julio de 2010

La pastelería

JuanJo Ortega / Guadalajara.

La pastelería resplandecía como todos los días. Quizás, incluso hoy lo hiciera algo más que en el pasado. Esa era al menos la sensación que tenían.

Tanto tiempo había pasado desde su apertura. Tantos días, semanas, meses y años esperando. Tanto tiempo paladeando con la mirada sus productos. Tartas, bollos, pasteles, helados...; nada faltaba en aquel lugar y todo parecía tan, tan delicioso que miles de personas de todos los barrios hacían cola ante ella las escasas jornadas en las que permanecía abierta.

Porque aquella era una repostería especial. Sus dueños no solían cobrar a sus clientes, sino que les ofrecían todos sus tesoros de forma gratuita. Sin embargo, como contrapartida, exigían pequeños méritos y sacrificios. Por ello, todo el mundo acudía presto. Todo, decían seguros; estamos dispuestos a todo con tal de saborear sus dulces.

Para lograrlo, los elegidos de cada uno de los barrios de la ciudad, debían superar las siete pruebas marcadas por los dueños. Era un pequeño filtro para evitar colapsos a sus puertas, ya que el censo de aquella urbe era demasiado inmenso incluso para aquel paraíso confitero.

Unas pruebas contra las que se topaban una y otra vez los habitantes del barrio E, como tantos otros. Sólo unos pocos, los del barrio A, B, I, F y U; habían podido acceder a aquel pequeño paraíso en forma de dulces en tiempos pretéritos.

Así, día tras día, semana tras semana, mes tras mes y año tras año se repetía la escena. De la ilusión ante el anuncio de una nueva apertura de la pastelería se pasaba a la frustración posterior, unida a la envidia cuando observaban desde las cristaleras a los miembros de los otros barrios engullir, casi sin respirar, cientos y cientos de tartas, bollos, pasteles y helados que esperaban en el interior de la tienda.

Cierto es que los vecinos de nuestro barrio, habían accedido con cierta regularidad, sobre todo en los últimos tiempos, a otros establecimientos que ofrecían manjares exquisitos. Pero esa pastelería era la razón de ser para muchos y un sueño para todos.

Pero, por fin, lo habían logrado. Por fin, los vecinos del barrio E oyeron la llamada por los altavoces. Esta vez serían ellos los que accederían a la repostería mientras el resto observaban envidiosos desde fuera.

Lógicamente, los vecinos se lanzaron en tropel. Todos a una, como si los deseados productos se fueran a esfumar, cuando era de sobra conocido que esto no ocurriría. Así, los miembros de nuestro barrio comieron y comieron, como si el alma les fuera en ello; como si jamás hubieran probado bocado, no ya de pasteles, sino de cualquier cosa.

Porque la ocasión lo merecía. Eran ellos los que habían entrado en la confitería. Eran sus vecinos los que superaron las siete pruebas de rigor. De hecho fue el bueno y ‘dulce’ de Fuentealbilla, un joven muy apreciado en el barrio, quien tuvo el honor de recoger las llaves de manos de los dueños de la pastelería y abrir las puertas de la misma a todos sus vecinos, dando inicio al festín.

Un festín que aún dura porque los dulces parecen no acabarse nunca, aunque ya más de uno, empieza a sentir ardor de estómago y más de dos se dan cuenta que lo comido y bebido en otros tiempos, en otras tiendas, tampoco tenía tanto que envidiar a aquella pastelería.

Quienes más comen, lógicamente, son aquellos que protagonizaron y superaron las siete pruebas; una tras otra, casi sin margen de error porque el resto de barrios amenazaban con el cuchillo entre los dientes.

No obstante, todos, hasta los más prudentes reconocieron que después de tantos días, semanas, meses y años; después de tantas generaciones esperando a paladear esos productos, todos los atracones estaban justificados.

Ahora sólo esperaban que las diferentes generaciones fueran superando las pruebas correspondientes, no sólo de esa pastelería, sino de todos los establecimientos posibles para seguir disfrutando de los manjares. Porque, pequeños ardores al margen, lo cierto es que aquellos dulces eran una auténtica gozada.

PD: Este cuento/rayada/reflexión futbolera-social fue fruto de pasar algunas horas en las "cercanías" de Príncipe Pío el pasado lunes a primera hora de la tarde (y os podéis imaginar la que había liada) y de la musa que provocó la invención claro está.

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