Antonio Andreu / Murcia.

Guti hubiera querido ser como sus amigos Rubén, Leiva y Joaquín, pero Dios no le concedió ese don. Unos pintan cuadros y otros esculpen piedra, todo depende del recorrido. Desde el cerebro hasta las cuerdas vocales, hasta las manos o los pies: la magia es caprichosa, sale por donde quiere y cuando quiere. La de Pereza y Sabina, sobre la yema de los dedos, se vierte en un bloc de notas lleno de acordes. Después, en el concierto, llega desgarrada a los oídos del público. De un público que no duda: “Es magia”. Y es que la magia no se confunde con nada.

Guti ya tintaba su cabello de niño. Su pelo era rosa mucho antes de que la gente supiera pronunciar Beckham. En Torrejón eso no era fácil de entender, tampoco en el resto de España: las obsesiones sólo las comprende el que las sufre. José María vive por la belleza, por el peinado ‘a lo garçon’, la camiseta de Custó y la ex miss de la discoteca. Su cuerpo lo adornan trazos de miniaturista. En los brazos un ángel y un demonio, en ambos codos una estrella, la que consiguió ser su colega Álvaro Benito. Una estrella del rock, lo que siempre soñó con ser Guti.

Delante de Aranzubia el 14 se hizo un homenaje a sí mismo, a sus creencias y a su filosofía. Guti odia ser un funcionario. Lo suyo, como decimos, es la belleza, es la metáfora, el símil y la rima asonante. Lo de Guti es la poesía. Así lo hubiera escrito Enric González: “Él no es de los que rematan al bulto: eso es periodismo. Tampoco piensa en cómo ha llegado ahí el balón ni en cómo marcar: eso es novela. Por supuesto, no busca el penalti: eso es ensayo. Los pies de Guti intuyen y sienten: adivinan dónde hay un vacío, cuánto se puede esperar, quién está en cada lugar y por qué. La poesía es condensación, compresión de códigos en unos pocos signos. A eso se dedica Guti”.

Seguramente volverá al banquillo tras la sanción de Cristiano y se retirará sin disputar un Mundial. Guti, como Curro Romero, no torea bien siempre. Es intermitente y problemático, como George Best y Gascoigne eran alcohólicos, Maradona cocainómano, Cantona violento, Romario fiestero, Ronaldo obeso y Garrincha cojo. Al fin y al cabo, los taconazos no ganan partidos. No sirven para nada. “Resulta tentador contar que un día osaron preguntarle a Borges para qué sirve la poesía y contestó con más preguntas: ¿Para qué sirve un amanecer? ¿Para qué sirven las caricias? ¿Para que sirve el olor del café? Cada pregunta –rememoraba Jorge Valdano- sonaba como una sentencia: sirve para el placer, para la emoción, para vivir”. En Riazor ya saben para qué sirven las estrofas de Sabina. Guti cumplió allí su sueño. Lo de menos fue ganar: él quería hacer la jugada más hermosa del mundo.