27 de febrero de 2010
Crítica: Yo, también
Rafael Bargiela / Madrid.
Daniel es un discapacitado con síndrome de Down de 34 años. Sin embargo, presenta una inteligencia extraordinaria, más en una persona con su enfermedad. Después de conseguir el milagro de ir a la universidad y licenciarse, comienza ahora su vida laboral. Allí, conoce a Laura, una mujer de vida caótica y corazón roto, de la que se enamora.
El síndrome de Down se caracteriza por una serie de rasgos físicos muy marcados, con malformaciones en el paladar, dedos gordos, y rasgos faciales muy marcados. Además, suele venir acompañado por un notable retraso metal, que sin embargo, es muy variable unas personas y otras que padecen la enfermedad. Todo ello hace que este tipo de personas tengan dificultades a la hora de integrarse en la sociedad y mantener una vida independiente.
Todo ello puede ser aún más complicado cuando resulta que la persona es inteligente. Darse cuenta de la realidad, ser consciente de que uno no es normal a los ojos de los demás, saber que llegar a ser feliz será una montaña casi imposible de escalar. El entrañable Daniel se enfrenta a una lucha contra si mismo, contra lo que es y lo que no es, contra la crueldad de la gente y las discriminaciones de la sociedad.
El personaje de Laura, perfectamente encajado en una deslumbrante Lola Dueñas, es una persona atormentada por el pasado. Capaz de tener todo aquello que Daniel no tiene, se asoma demasiadas veces a un abismo de babosos sexuales, que convierten su existencia en una nube de insatisfacción. Sexy en ocasiones, patética en otras, su relación con una persona diferente como Daniel la convierte otra vez en una persona, con una nueva sonrisa.
Intercaladas entre la extraña relación establecida entre dos personajes tan entrañables, se nos presentan diferentes situaciones, cercanas al documental, que hacen reflexión sobre la dificil tarea de criar y aceptar a un hijo con sindrome de Down.
LLevada con tiento y ternura, la película nos va acercando cada vez al interior de una relación poco habitual llena de cariño. Sin ambiciones desmesuradas, ni finales imposibles, nos queda sin embargo un buen sabor de boca al ver la última sonrisa de Daniel.
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