24 de noviembre de 2009
Crítica literaria
Ana Costa / Murcia.
Matando dinosaurios con tirachinas
Autor: Pedro Maestre
Se denomina Síndrome de Peter Pan al conjunto de rasgos que presenta aquel hombre que no sabe renunciar a ser hijo para empezar a ser padre.
El eterno hombre/niño que se resiste a crecer y que siente incapaz de cuidar y proteger a nadie lo que conlleva numerosos problemas al enfrentrar la vida adulta. Por el contrario y para compensar, siempre hay una Wendy con su respectivo síndrome dispuesta a velar y sacar adelante a su Peter.
Pues bien, Matando dinosaurios con tirachinas se nos presenta como una reactualización de la historia ambientada en Nunca jamás. Su protagonista, Pedro, vive en Alcoy, un pueblo de Alicante con su novia. Acaba de independizarse y no tiene trabajo. Estudió filología Hispánica y oposita a profesor de secundaria. Su vida se reduce a salir a comprar el pan, a esperar a que vuelva Elia (léase Wendy) de trabajar y a tomar cañas con lo amigos en el bar de la esquina.
A sus 25 años, sus intentos por trabajar en una editorial se ven frustrados por un miserable jefe y su proyecto de novela no avanza. Enfrentase a su relación sentimental y a su vida adulta ha resultado una auténtica odisea para este moderno Peter a la española que pretende, sin éxito, acabar con sus miedos a pedradas.
Un pasado feliz junto a su abuelo se opone a un futuro sin posibilidades, difícil y miserable. Un extenso monólogo sin un sólo signo de puntuación, que le valió a su autor, Pedro Maestre, el Premio Nadal en 1996. Los paralelismos entre autor y protagonista son tan evidentes como verificables. El por entonces joven autor, se hizo con el prestigioso y más antiguo galardón concedido en nuestro país, con tan sólo 28 años. Al menos descubrimos que logró acabar con uno de sus dinosaurios y que terminó su novela,o no, porque me niego a desvelar el final.
Decía John Steinbeck: “Si una historia es una parábola, acaso cada uno sepa darle la interpretación que le hace falta para leer en ella su propia vida”; algo así debió ocurrirme a mí. Adquirí 'Matando dinosaurios con tirachinas' en una librería de segunda mano en la calle Aribau esquina con Aragón (Barcelona) por 4 euros. Tenía 24 años , ofertas para trabajar de becaria precaria en una editorial y una novela entre manos que se quedó en relato corto. Estaba en quinto curso de filología hispánica y no sabía qué hacer con mi vida. La novela no es gran cosa, de hecho las críticas fueron duras, pero a mí me resultó extremadamente cercana, sincera y por qué no decirlo, valiente. Me sentía una Pedro/Peter que no encontraba su sitio y que se resistía a caer n la mediocridad de una vida heredada. Supongo que todo es una cadena de pequeños equívocos sin importancia que me predispusieron a su lectura, pero esa es otra novela que merece, por alusiones, otra reseña.
2 Response to "Crítica literaria"
Un libro malo y mediocre de principio a fin.
Un libro generacional, de esa gente joven a la que le robaron el futuro.
Los sindicalistas se protegieron con una indemnización de 45 días/año más salarios de tramitación, que les cubría las espaldas, pero que imposibilitaba que las empresas se atreviesen a contratar gente nueva.
Fueron los años del felipismo, la España sindicalizada, gobernada de hecho por UGT y CCOO. Un candado que todavía no se ha cerrado.
Ahora la gente joven al menos tiene la posibilidad de emigrar al extranjero: universitarios cualificados yéndose a Alemania, a Suecia, a Dinamarca... Mientras en España sólo hay trabajos en la hostelería: los jóvenes ocultan y silencian méritos en sus "currícula" para plazas de camarero, a fin de que no los descarten por sobrecualificados.
Porque todo el tejido industrial se vino abajo. Empresas que llevaban décadas funcionando, surgidas durante el franquismo, tuvieron que echar el cierre en democracia. ¿Por qué? Pues porque todo se hizo mal.
En lugar de importar las leyes laborales flexibles alemanas u holandesas (países de pleno empleo), se dejó el mercado laboral en manos de los sindicatos y de los abogados laboralistas (que son unos enredadores profesionales) y que aprovecharon para montarse en el dólar, ellos sí.
Está claro que aún no hemos salido de esto. ¿Saldremos alguna vez?
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