13 de julio de 2009
Sabor agridulce
Rosario García / Murcia
No me gusta la tele, lo reconozco. Hace años que nada de lo que se emite me engancha o simplemente me hace buscarla como método de distracción. Y eso que, desde mi punto de vista, es el medio de comunicación que sí actúa de “cuarto poder”. La gente no lee la prensa cuando llega a casa después de un largo día de trabajo, ni se pone la radio para distraerse, y mucho menos busca la diversión a través de un medio digital; en general, la gente busca desconectar y eso sólo lo ofrece la tele... Quizá sea por mi reciente condición de periodista y las ansias por ser buena en mi trabajo pero paso del entretenimiento (que es lo que más ofrece) y me quedo con la información. Busco ver programas de entrevistas (como Salvados o En esta noche), debates sobre actualidad (debates de verdad como los de 59 segundos y no los que cree que hace AR), programas de reportajes (como el inagotable Informe Semanal) y, sobre todo, programas que me den información pero de una manera diferente (el telediario de La 2).
Sin embargo, hace poco, por lo que he visto recientemente en las críticas, casi me dejo engatusar por la magia de la tele con el docu-reality de Cuatro “Perdidos en la Tribu”. Sólo seguí los tres últimos domingos, incluida la final, y me llegó tanto la implicación de las familias (tanto las españolas como las de las tribus), los sentimientos que entre ellas se generaron, la lucha por adaptarse, la exaltación de otros valores (aunque esto suene a frase de viejecita de 60 años), …, que volví a creer en la tele y en que todo lo que nos ofrece no es tan malo. Para mis incrédulos ojos, todo era perfecto, aunque las familias lo hacían a cambio de un premio en metálico y adornaban sus actuaciones con frases como “para nosotros el premio ha sido realmente vivir esta experiencia, no los 50.000 euros”, la verdad es que sus actos de amabilidad, de querer integrarse, las lágrimas el último día porque iban a echarlos de menos, parecían absolutamente reales. Por un momento pensé que Cuatro había apostado por hacer, por fin, una televisión diferente en la que no todo sean series (vacías mucho o poco de contenido, españolas o extranjeras), programas absurdos de cotilleo (que tanto llenan la parrilla televisiva), culebrones (de esos interminables a la española como Yo soy Bea que pierden todo sentido una vez pasada la primera temporada), concursos, o el típico programa de humor dándole la vuelta a la parrilla; pero, según las críticas, me equivoqué.
Me equivoqué porque la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID) denunciaba en el mes de mayo que el programa transmitía “una imagen errónea de las comunidades tradicionales africanas”. El programa está inspirado en un formato belga del que los responsables reconocían que las tribus eran las mismas en todas las ediciones, por lo que “sus reacciones eran fingidas”. Además, la Fundación CEAR calificó de “espectáculo” lo que habían hecho con sus vidas, porque habían sido trasladados de sus verdaderos poblados para mentir sobre sus estilos de vida y esto les había traído, entre otros perjuicios, la ingesta de alcohol, con sus consecuentes “conflictos sociales y violencia de género”.
No sé si los sentimientos de las familias eran fingidos o no, o si en realidad no es así como viven aquellas tribus y si, en general, todo estaba sobreactuado (imagino que un poco sí, para eso es la tele…), pero, por si acaso, a mi ya se me queda la DUDA que apoya una vez más mi teoría. Y es que cuando el río suena…
1 Response to "Sabor agridulce"
Pues no estoy tan de acuerdo en lo primero que has escrito. Mucha gente empieza a buscar el medio digital como la principal distracción.
Sino, que se lo digan a la famosa MULA...
R.M.
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