24 de julio de 2009

Bambi contra Godzilla 2: El retorno

José Hernández / Murcia

Primera parte

Volvamos una vez más al tema del corto
Bambi contra Godzilla (1969). Dos simples minutos que ya describimos anteriormente, pero de los que todavía se puede sacar más miga. Paradójico, siendo una obra tan sencilla argumentalmente: Bambi se encuentra con Godzilla, y este como es normal lo aplasta inmediatamente. Fin.

Una obra tan extremadamente simple cuenta con un defecto que a la vez puede ser virtud, esto es, su falta de complejidad. Sólo hay dos elementos, Bambi y Godzilla, totalmente opuestos. Y sólo hay una interacción entre ellos, el segundo destroza al primero. Nada más. Pero su propia limitación conceptual la convierte en una historia universal.

Bambi es débil, inocente, pacífico, ajeno al mal en el mundo. Es la bondad en carne y hueso. Por otro lado, Godzilla es poderoso, fuerte, agresivo, destructivo, sin piedad. Fue en su concepción una metáfora de la monstruosidad desencadenada por el hombre con la bomba atómica, y por tanto la personificación del mal. Y en esta historia, el mal triunfa sobre el bien. Y siempre lo hará, porque es infinitamente más fuerte.

Podríamos tomar la obra como una alegoría, y nos encontraríamos con interpretaciones sin fin. Bambi: proletarios, pacifistas, empleados, rebeldes, pensadores, artistas, votantes, espectadores, gente de a pie. Godzilla: clases altas, ejército, grandes empresas, dictadores, censores, ejecutivos, políticos, medios de comunicación de masas, gobernantes. Los segundos siempre, siempre podrán aplastar a los primeros. Son más poderosos. Tienen todos los medios a su disposición para reprimir, coartar, amenazar, lavar el cerebro o directamente matar a los cervatillos.

Piénsese también en la época en la que se realizó el corto. Era el auge del movimiento hippie, de la contracultura de paz y amor, de la ingenuidad de luchar contra el sistema ejerciendo la libertad, en la ilusa creencia de que el ser humano, en el fondo, es intrínsecamente bueno. Todos esos bambis luchaban contra la guerra de Vietnam de forma tan poco convincente para los magnates y políticos que el conflicto duró casi una década más. Esa era la efectividad de sus medidas, por muy éticas y lógicas que fuesen. Y es que, como expuso Peter Watkins en su película Punishment Park, el poder represivo siempre encontrará una forma de ejercer su control más allá de la moral, si el enemigo es demasiado débil como para emplear sus mismos métodos con contundencia. Y vencerá. Quizá la historia no reconozca esta victoria como justa, quizá pasen a los libros como monstruos, pero en su momento, funciona a la perfección.

¿Quiere decir esto que hay que claudicar ante el poder, rendirnos a la abulia y el pensamiento único? No, por dios. Pero Bambi por sí solo es un mequetrefe. Hace falta un jodido ejército de ciervos con una estrategia astuta e inteligente, un poder derivado de sus cualidades, para menoscabar las injusticias impuestas. Hay que aprovechar las debilidades y contradicciones del propio sistema para actuar. Pararse frente a un tanque no sirve de nada si no hay una cámara emitiendo esas imágenes. No se puede parar una guerra simplemente saliendo a la calle para protestar, pero sí votando. Y no, acampar delante de una empresa no va a devolverte tu empleo, pero una huelga general quizás ayude.

Sin embargo, esta proclama a la acción también tiene un corolario que algunas cabezas huecas no parecen (querer) entender: en realidad, necesitamos seguir siendo Bambi. Debemos conservar sus cualidades, su inocencia, su bondad. Y tenemos que trazar claramente la línea de lo que podemos hacer para no terminar siendo un trasunto de Godzilla, porque entonces, ¿de qué sirve nuestra lucha contra él?

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