José Hernández / Murcia.

El festival más importante de la Región de Murcia terminó, y todos hacen balance: los políticos se echan flores, los artistas y patrocinadores cuentan el dinero ganado, los asistentes discuten sobre cuál fue el mejor concierto, si Franz Ferdinand, Los Planetas o Fatboy Slim… ¡Un momento! ¿Es que sólo hubo conciertos en el SOS? Pues no, hubo más cosas, y como seguro que nuestra crítica musical puede dar más detalles de la banda sonora del festejo, yo voy a centrarme en los actos paralelos… aprovechando que tuve que asistir por cuestiones laborales a alguno de ellos.

¡Y qué mejor que abrir esta crónica con el incombustible Fernando Arrabal! Ese señor pequeñito que siembra el caos allá donde va, fue a Murcia para hablar de… para presentar… para… Bueno, no se sabe muy bien a lo que vino, porque su ‘Art Tour’ fue una sucesión de batallitas sin ningún nexo de unión. En teoría debía recorrer la galería de arte moderno iluminando de alguna forma a los presentes, que iban detrás suyo cual mascotas, sobre las obras expuestas. Las cuales, por cierto, iban desde un cuadro de sillas flotantes hasta una caravana vieja, pasando por un vídeo de un hombre con túnica dándole azotes en el culo a una mujer desnuda. Arte moderno: sobran las palabras.

El caso es que Arrabal iba de obra en obra hablando sin que nada de lo que dijese tuviese nada que ver con nada: ni con la obra, ni con lo que había dicho tres frases antes. Vamos, una especie de ejercicio de asociación libre, aunque algunos lo llamen dadaísmo. Y se comportó según el manual del Artista Cool. ¿Aspecto bohemio? Un kimono negro con dragones dorados, sandalias y una copa de vino en la mano. ¿Criticar a diestro y siniestro sin ideología ni contenido? Hubo para todo el mundo: comunistas, fascistas, españoles, extranjeros, artistas, políticos… Y sin que ninguno de sus ataques fuese más que un gesto de cara a la galería, como lo de soltar a mitad de discurso que deberíamos matar a todos los gobiernos. Así, sin más. ¿Comportamiento excéntrico? Digamos que confirmó que el vídeo del milenarismo no fue un incidente aislado. ¿Un ego sólo igualado por su presunto autodesprecio? Más de la mitad de lo que dijo se basó en “en tal sitio o tal persona me hizo un homenaje o me alabó o me publicó todos mis trabajos… y yo no lo merezco, soy un microbio [al que le dan premios y los chinos le publican su obra íntegra en seis volúmenes que pesan lo mismo que yo] pero sin merecerlo, que conste”.

En resumen, una tarde entretenida de puro surrealista.

Más interesante fue la lectura de poesía de su amigo Michel Houellebecq, escritor, filósofo y conocido en el SOS por haber conseguido acreditar a su perro como artista. Que si bien no fue más que el autor leyendo de uno de sus libros (edición de bolsillo), al menos su obra resulta estimulante. Los poemas que recitó en un francés muy musical trataban temas como la corrupción y decadencia del mundo contemporáneo, la capacidad destructiva del capitalismo sobre la individualidad, o la deshumanización del consumidor de productos mediáticos. Eso sí, cuando llegó el turno de preguntas, demostró que no es un pensador de mente despierta y ágil: cuando le preguntaban una tontería, contestaba nimiedades, y cuando la cuestión tenía algo más de profundidad, tardaba una eternidad en pensárselo para luego no decir nada de interés.

A su término, el tiempo pareció contagiarse del pesimismo social de su obra y comenzó a granizar durante dos horas. Una circunstancia que los organizadores del SOS Cabaret agradecieron y maldijeron a partes iguales. En esos momentos, bajo su carpa se celebraba el Las Vegas Chapel, donde un imitador de Elvis casaba al estilo casposo del rock n’ roll de los casinos a las parejas del público que lo solicitasen. Una idea curiosa, lastrada por el hecho de que a la segunda boda ya te sabías el rito y perdía todo interés. La cuestión es que la carpa se llenó hasta los topes de gente, la mayoría buscando refugio para el chaparrón. ¡Qué bien, más público! Pero qué mal, cuando se fundieron los fusibles a mitad de actuación.

Afortunadamente, el desaguisado ya estaba reparado por la noche, y pudieron actuar los que para mí fueron lo mejor del festival (e incluyo a Franz Ferdinand): Mambo Jambo & Myriam Swanson. Con una energía desbordante que se ganó inmediatamente al público, el grupo exprimió al máximo su catálogo de temas que fusionan el jazz, el soul, el rock añejo y el rythm n’ blues, de tal forma que parecen haber viajado en el tiempo desde un cabaret de los años 30 y haber cogido algunas ideas por el camino para modernizar su sonido y su espectáculo. Y no sólo son una delicia para el cuerpo, sino que suenan como Dios. Ni un solo fallo, ni una sola nota desafinada, un sonido potente y cristalino… Demonios, si hubiesen grabado un disco de su directo, podría venderse perfectamente como álbum de estudio. De hecho, espero que alguien tenga la feliz idea de producirles al menos una maqueta.

Más allá de esto y de los pocos conciertos que pude ver (y que seguro que Ana Andújar puede comentar con mayor profundidad), sólo puedo comentar la zona SOS Club, que me pareció un acierto para pasar los ratos muertos. Lo mejor: que cada cierto tiempo cambiaban el DJ y variaban los estilos musicales. Un poco para todo el mundo, como debe de ser. Como fue, en realidad, la tónica del festival, pues tampoco tienen mucho que ver The Horrors con Orbital.

Eso sí, señores organizadores, la próxima vez que hagan un festival que gire en torno a la sostenibilidad medioambiental, procuren que alguien se entere de ello. Lo digo porque ni los asistentes ni los grupos que tocaron tenían la más remota idea de que eso tenía que ver con la ecología. Así que ahí falla algo. O a lo mejor es que sólo es una fachada para parecer más respetables, como lo de abrir las ruinas de San Esteban al público después de recibir miles de críticas por dejarlas deteriorándose a la intemperie durante todo el invierno, sin hacer nada por protegerlas o restaurarlas.