3 de marzo de 2010

Crítica: Un tipo serio

Rafael Bargiela / Madrid.

Hace unas semanas, uno de nuestros expertos en cine, José Hernández, ya nos traía a este lugar una exquisita crítica de esta cinta. Hoy de nuevo, y sus dos nominaciones, vuelven a traernos esta candidata.

Larry es un profesor de universidad que vive con su familia en un entorno enteramente judío: barrio judío, sus hijos van a una escuela judía, trabaja en una universidad judía y toda su vida se ve afectada por la onnipresencia de la doctrina judía. Siendo un marido ejemplar, padre atento y cariñoso y trabajador serio y honrado, a Larry no paran de ocurrirle catástrofes desde el día en que su mujer decide dejarle e irse con un tipo al que aborrece.

Las situaciones inverosímiles se pueden dar cuando menos te lo esperas, con quién menos te lo esperas. Partiendo desde una mala interpretación de un trágico accidente, confundirse de persona por tener el mismo nombre, o darle la importancia equivocada a un documento, podemos acabar desencadenando la más variopinta de las tragicomedias. Si a todo ello le unimos el toque de absurdo más impactante que se nos ocurra, probablemente estemos ante un relato con la firma de los hermanos Coen.

Capaces de causar la más intensa de las inquietudes, una curiosidad agónica nos invade a medida que vamos observando los acontecimientos que abordan al personaje central, mientras sucesos relativamente explicables y otros sólo por probabilidades con muchos ceros decimales, van rodeando la historia. Ésto es lo que sucedió en su día para el que tuvo el placer de ver esa película de culto llamada "Barton Fink", donde nuestro escritor de turno se veía forzadamente empujado a un tipo de abismo desconocido, sin hacer nada más que dejar pasar el tiempo. En esta línea es en la que ahora estos genios del cine moderno nos presentan "Un tipo serio".

Nuestro pobre amigo, fiel profeta de la rectitud y el buen sentido, sin más aspiración que disfrutar de los pequeños placeres y la vida tranquila, no puede más que observar con los brazos cruzados como su vida, invadida por la absurdez más cruda, entra en una cadena de desgracias que eleva su nivel de humillación y provoca un aumento progresivo de su incredulidad. El espectador, sin poder ayudar, solo puede presenciar los hechos con humor y dejarse llevar por el intenso sarcasmo que guarniciona la película.

No ha terminado uno aún de reírse y quitarse la cara de póker dejada tras cada una de las escenas, cuando llega el final, pantallazo negro, créditos e inminente shock anafiláctico. Como para quedarse un tiempo mirando la nieve la tele sin decir nada. Con todos ustedes los Coen, una vez más. Deliciosamente Impactante.

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