10 de febrero de 2010

Jóvenes suicidas

JuanJo Ortega / Guadalajara.

Recientemente, leí un estudio publicado en la revista ‘Guía del psicólogo’ del Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid. En el mismo se indicaba que el suicidio constituye la segunda causa de muerte en el grupo de edad de 15 a 24 años después de los accidentes de tráfico, siendo la primera causa de muerte violenta a nivel mundial por delante de homicidios guerras o accidentes. De hecho, se cree que representa el 1,8% de todas las muertes en el mundo y eso, según indica la Asociación de Investigación, Prevención e Intervención del Suicidio, autora del reportaje; subrayando el hecho de que en muchos países tienden a esconderse las muertes de este tipo.

Con todo, la Organización Mundial de la Salud denuncia que, actualmente, cada 40 segundos una persona se suicida y cada tres, otra lo intenta. Las estimaciones para 2020 son aún peores: un muerto cada 20 segundos y una tentativa de suicidio cada uno o dos segundos.

Entre los factores de riesgo, el artículo destaca los siguientes: ser varón (la proporción es triple que en las mujeres), haberse autolesionado previamente, estar desempleado, viudo, soltero o divorciado; tener antecedentes familiares, haber nacido en primavera o verano, sufrir algún tipo de enfermedad mental (el 90% de los que se quitan la vida tiene algún tipo de trastorno mental); la desesperanza, las rupturas sentimentales; familias disfuncionales y problemáticas con alto grado de agresividad y violencia; rasgos de impulsividad, baja tolerancia a la frustración, falta de comunicación de sus emociones y sentimientos más íntimos); abuso del alcohol u otro tipo de drogas y problemas socioeconómicos entre otros.

Lógicamente, como subrayan los autores de este reportaje, que no se den estos factores de riesgo no quiere decir que no se vaya a producir un acto suicida, pero cuanto más factores se den, más deberemos extremar las precauciones (yo añado a título personal y, sin ningún tipo de conocimiento científico de la materia que no por cumplir algún factor, se cometerá el intento de suicidio).

En el texto, además de muchas otras cuestiones, enumeran numerosas señales de alerta. Entre ellas destacamos la incapacidad de superar el dolor, de pensar claramente, de tomar decisiones, de ver alternativas, de salir de la depresión, de imaginar un futuro sin sufrimiento, de valorarse a sí mismas, de encontrar a alguien que les preste atención y de controlar la situación.

Asimismo, en otro apartado del texto combaten la existencia de algunos mitos. Así, ante aquellos que defienden que el que se quiere matar no lo dice, los autores muestran que nueve de cada diez personas que se suicidan dijeron claramente sus propósitos y la otra dejó ver sus intenciones. Ello derriba también el mito de que quien lo dice no lo hace.Asimismo, se opone al mito de que al hablar sobre el suicidio con una persona en este riesgo se le puede incitar a que lo realice. La experiencia demuestra que hablar sobre el suicidio con una persona, reduce el peligro de cometerlo.De hecho, enumeran cinco pasos para ayudar a alguien que se quiera suicidar.

Por un lado, preguntar sobre la idea suicida para determinar si la tiene bien planificada, lo cual incrementa el riesgo de suicidio. Por otro evitar que tenga acceso a los métodos mediante los que se pueda lesionar. Asimismo, no dejarlo solo y avisar a figuras significativas para el suicida en potencia. Por último, acercarlo lo más rápidamente posible a las fuentes de salud mental.

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