Hugo Mazón / Alicante.

Siguen cayendo los rastros de la decadencia de la sociedad. Inmoral e inmortal se perpetúa la franja que divide el buen gusto de la pobreza, la moda de la morgue y el fanatismo de la convicción. Se habla de integrismo y de la semilla que engendra éste entre los más pobres. Quizá inmolarse sea lo más sensato, o al menos la única forma de hacerse oír.

Un nuevo capítulo se abre con el terremoto en Haití, país olvidado de la mano de Dios, víctima de su propia miseria y rastro del fracaso del ser humano. Es un nuevo capítulo que dice lo mismo que el anterior. Huracanes, tsunamis, bombardeos…la miseria de siempre en los sitios de siempre. Incluso en la cuna de la civilización occidental fue selectiva a la hora de enseñar sus miserias, Nueva Orleáns no es Wall Street y los parias del imperio no dejan de ser prescindibles.

Ahora la inmoralidad hablará de ayuda humanitaria, pero quizás si se hubieran pagado los sueldos debidos, si se hubiera comprado con precios justos y si se hubiera sido humanitario antes del desastre quizás ahora estaríamos hablando de lo bien que funcionan las estructuras antisísmicas en vez de morirnos por los ojos en cada montaña de cadáveres que se exhibe, casi insultante, por la televisión.

El siguiente paso es abandonarlos a su suerte y entonces vendrá un nuevo golpe de Estado, una nueva guerra y con suerte una nueva invasión de resorts con cubatas baratos y turistas sonrientes con pulsera que ayudarán a sacarle rentabilidad al paraíso.

Digan lo que digan los obispos, es cierto que espiritualmente estamos podridos, aunque esto no ha tenido más importancia que los miles de muertos de los que ahora hace recuento la CNN, o quizás si, puede que seamos colaboradores necesarios en lo sucedido. Cada uno en su justa medida y el Banco Vaticano en la de todos.