Ana Andújar / Lorca

Pasando el verano entre estrellas internacionales de la música independiente, asistiendo a los conciertos multitudinarios que llenan las playas y esperando sin éxito la llegada de la canción del verano, nos hemos dado cuenta que hemos dejado de lado, entre el glamour de las tiendas voladoras del FIB y la arena entre los pies de los 40 Principales, las únicas, inigualables e inabatibles verbenas de pueblo.

Y quien diga que nunca ha bailado o asistido a alguna de ellas, por mucho flequillo ladeado que tenga, por mucha chupa de cuero y mucha cresta punk, miente como un evangelista puerta a puerta. Los pueblos costeros se quedarían desnudos sin sus sobresalientes verbenas, orquestas varias y divas de lentejuelas y maquillaje Deliplus.

¿Cuál es el secreto de su éxito? ¿Gustar a grandes y pequeños? ¿Tocar las grandes canciones de nuestra vida? En mi opinión, todo está calculado como una maniobra militar más: en verano está comprobado que nuestras neuronas trabajan a velocidad reducida, (básicamente, como la que lleva el camarero del chiringuito cuando nos tiene que servir una caña) y se aprovechan de nuestra debilidad para ¡zasca! plantarte una verbena en mitad del pueblo. Porque todo sea dicho, pero la mitad de las veces tú no ibas a la verbena, sino que te ves inmerso en ellas de repente. La instalación de sus escenarios es tan espontánea como la aparición de la gripe A. Así que lo más normal es que vayas a tomarte un corte de turrón a tu heladería favorita y en la puerta te hayan montado una estructura muy inestable con una rubia y un teclado Casio encima dándole al Duo Dinámico.

Y empieza la diversión: la Bomba, Paquito Chocolatero (me veo en dificulades de cuándo poner en mayúsculas determinados nombres de canciones) , el Camaleón, o todas aquellas que requieran un recuento: “one, two, three, caramba”, “un, dos , tres, un pasito pa´lante María” , etc, etc, etc. Además, a la oxigenada cantante (debe serlo: en su defecto una morena, pero también de bote) se le exige animar a un público ecléctico compuesto por octogenarios, matrimonios que experimentarán la noche más apasionante del verano, y jovenzuelos con ganas de cachondeo. Así que, nada, a instar a la gente a que coja pareja, que meta la mano por debajo de las piernas de desconocidos para bailar la conga, a follow the leader, a un poquito para abajo, para abajo, para abajo, en fin, que si hubiera que hacerle caso a todo a nuestra nueva gurú terminaríamos con más agujetas que con una sesión entera de Aquagym.

Sé por ciencia cierta lo que trabaja esta gente. Una orquesta grande, como la que presentaba a David Bisbal como frontman tiene instrumentos en directo, además de casiotone y riffs cameleros. Saxofones, trombones y baterías, además de unos cuantos chicos y chicas que están currando en verano e intentando que otros se lo pasen bien.

Pues sí, yo también he bailado en una verbena. Sí, yo también he hecho el Robocop y el Crusaíto, y no se me ha rizado el flequillo por ello. Y es que después de tanta pulsera, de tanto abono a 200 euros, de tanto ticket para comprar un cubata, casi se agradecen unas risas cerca de la playa. Eso sí, al próximo abuelo que me pida un baile, le diré que seré yo quien le agarre de la cadera ortopédica.