27 de julio de 2009
Crítica: El luchador
José Hernández / Murcia
EL LUCHADOR
Randy "The Ram" es un luchador profesional que vivió su época de esplendor en los 80, y que ahora sobrevive como mejor puede con combates de mala muerte en circuitos paralelos. Cámbiese “luchador” por “actor” y “combate” por “película” y nos estamos refiriendo a Mickey Rourke. Así pues, una pregunta ronda la cabeza de mucha gente a raíz de esta película: ¿dónde acaba el actor y comienza el personaje?
Lo cierto es que el declive de The Ram no se debe a las drogas y el alcohol, a su comportamiento conflictivo y errático o a su consciente autodestrucción. Su caída de los altares del wrestling es tan sólo la crónica de un personaje al que la edad no perdona, que ya no se encuentra en su esplendor físico en una profesión donde eso es lo más importante. Necesita gafas, lleva aparato para oír, se chuta esteroides para mantener la musculatura como pueda, tiene el corazón en las últimas… Su decadencia física es un símbolo de su anacronismo en una sociedad que ha evolucionado sin contar con él. La música ya no es como la de antes, los chavales juegan con consolas ultraavanzadas en vez de con una Nintendo de 8 bits, los jóvenes se han convertido en una panda de caprichosos… No es el mundo en el que The Ram sabe moverse, lo que lo convierte más en una figura pretérita esperando su final que en parte de la sociedad.
Pero si en esto no se puede decir que Rourke sea Randy, sí lo es en cuanto a la exploración que hace el film del fenómeno de la fama. El público eleva al Olimpo a las más pintorescas figuras, las convierte en mitos de carne y hueso, pero tiene la capacidad de atención de un niño de tres años. Más pronto que tarde, el que un día fuera el rey de la pista es reemplazado por una figura más joven y mejorada, por otro muñeco efímero en que ocupar su atención y sobre el que volcar su amor. El que un día fuese el campeón (o el actor de moda) se convierte de la noche a la mañana en historia, en una curiosidad para convenciones de frikis basadas en la nostalgia, en una cara familiar escondida en algún rincón de la memoria. Y hay incluso cierto placer en regodearse en su caída, en ver años después hasta qué profundos pozos le ha llevado este repudio, tanto como en volver a rescatarlo cuando sólo es una vieja gloria cascada para permitirle un último estertor de fama antes de la muerte. Es una mecánica destructiva, que utiliza a las personas para satisfacer necesidades banales de pertenencia e identificación, pero es también una forma de vida de la que ni Rourke ni Randy han sabido escapar. En ella se han hundido con todo el equipo, cada uno a su manera.
Lo que queda por saber es si Mickey tendrá el mismo destino que The Ram. El luchador comprende finalmente que su lugar, mal que le pese, está en el cuadrilátero. Incluso si esto significa renunciar a la persona que ama, incluso si significa la muerte, no hay otro sitio para él en este mundo. Sobre el ring se siente fuerte, se siente querido, se siente vivo, siente todo lo que el mundo real le niega y está dispuesto a inmolarse por ello. ¿Llegará tan lejos Mickey? Después de tirar medio vida por el retrete buscando su sitio o huyendo del que había encontrado, ¿se rendirá al sacrificio del plató iluminado y el público cruel?
1 Response to "Crítica: El luchador"
Tengo que revisionar esta película, hace meses vi una media hora (tuve que dejarlo por causas mayores) y la verdad es que lo poco que vi me gustó mucho.
Mención especial para la espectacular Marisa Tomei, que guapa es esa chica.
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