1 de julio de 2009
Al final pidió perdón
Eneas G. Ferri / Alcoy
Ha salido la sentencia del caso Madoff. Para quién no lo sepa, se trata de la mayor estafa financiera de la historia. El señor Bernard Madoff estafó durante 20 años unos 50.000 millones de dólares. Le han caído 150 años y el pobre hombre tiene 71. No creo que vuelva a oler la libertad.
Cientos de familias han perdido sus jubilaciones, sus ahorros de toda la vida, sus inversiones, sus esperanzas, sus casas, sus vidas, un poco de todo. En el juicio, donde los testimonios de los afectados fueron de lo más variopintos, llamó la atención uno sobre el resto. El resto hablaban de lo que he nombrado antes, destacando los que han tenido que buscar en la basura, los que querían destinar sus inversiones a cuidar a un familiar enfermo, y demás casos similares.
El que me llamó la atención fue el de la viuda de un amigo de Madoff. En el funeral, el señor Madoff no sólo le dio un abrazo y el pésame, sino que en un gesto de buen amigo, yendo más allá de las circunstancias de la angustiosa pérdida de un ser querido, le susurró al oído: “tranquila, tu dinero está a salvo”. Si es que el que es bueno, aunque quiera ser malo, no le sale. Aunque después lo perdiera todo.
Pero creo que en el fondo es bueno. Creo esto porque al final del juicio, pidió perdón. Se giró hacia los afectados que estaban a su espalda y dijo que lo sentía, que tenía vergüenza de lo que había hecho y no había perdón posible para sus actos. Si es que al final es un trozo de pan, un osito amoroso. Menos mal que el juez le ha escuchado. No así a su abogado, que hizo cálculos sobre esperanza de vida y pidió que le condenaran a 12 años, ya que por esperanza de vida le quedaban 13 y así podría vivir sus últimos momentos en libertad. Eso era mucho pedir.
En otras épocas, ante el filo del hacha del verdugo, si el Rey le decía: “pide clemencia”, el más canalla de los ladrones le escupía a la cara antes de perder su dignidad. El merchadaising del ‘Ché’, apenas unas tazas, gorras, camisetas, ceniceros, llaveros, pulseras, que tantos alternativos y comunistas emplean para la ‘Revolución’ –jamás para hacer negocio- suele rezar la famosa sentencia “más vale vivir de pie que morir arrodillado”. El señor Bernard se arrepiente. Ha pedido clemencia y ha dicho que sentía lo que había hecho. A pesar de haber arruinado a miles de personas, de haber jugado con el dinero que representaba el futuro, la salud y la esperanza de muchas de ellas, ha claudicado y pedido clemencia. Por ello sólo le han caído 150 años de cárcel –la máxima posible-. Menos mal que aún hay jueces buenos, si no le caen años para llenar la vida de dos ejércitos. Lo malo es que nadie vive 150 años y él ya tiene 71, pero al menos, antes de pudrirse en la cárcel ha perdido algo más importante que los 50.000 millones. La dignidad.
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