23 de septiembre de 2010

Crítica: Sacrificio (Offret)

Rafael Bargiela.


Es el cumpleaños de Alexander. A él acuden para celebrarlo familiares y amigos a su casa en campo, en un hermoso paraje al lado del mar. Allí, asisten con espanto a la noticia del estallido de la tercera guerra mundial. La luz se corta, la emisión de televisión cesa, y la tensión y la angustia se apropian del grupo.

Tras paciencia, acumulación de humor y varias profundas respiraciones, me dispuse a ver una película de Andrei Tarkovsky. Ni una gota de las ganas acumuladas, ni un ápice del humor obtenido sobraron; justas se quedaron las respiraciones. Ninguno de los procedimientos de inspiración previos fué exagerado a la hora de proceder a ver esta película.

De entre los espesos diálogos vamos adivinando desde el comienzo un discurso de crítica social, de ataque al comportamiento del hombre, a la estructura del sistema, y a la propia autodestrucción a la que el ser humano se conduce. Los personajes entrelazan conversaciones cargadas de demasiadas palabras, no hay simplezas en el ambiente, todo es intenso, denso como la miel, exageradamente lento, intencionadamente dramático.

La cámara, lejos de ser una espectadora directa como es usual, participa de forma independiente, sin contacto con los personajes, encuadra la imagen como si solo pudiéramos observar a los protagonistas a través de una ventana. Las habitaciones se transforman en habitáculos enormes, donde los individuos se separan de forma independiente a lo largo de las escenas, comportándose como si de cuartos separados se tratara. Ésto añade un aire teatral al dramatismo ya impuesto.

Todo es extraño. El divagar de los personajes continúa hasta el golpe de moral que llega con la noticia del estallido de la guerra. Una nube de pesimismo invade la atmósfera. La desesperación invade exageradamente a algunos personajes. El discurso se torna oscuro, en busca de una razón a lo sucedido, en busca de una solución, en busca de una forma de redención. La agonía roza lo surrealista cuando el protagonista busca a su sirvienta María en su casa en busca de la salvación, y los dos se elevan en el aire haciendo el amor; lo cual a mi me pareció una alusión religiosa hacia la virgen (en una opinión totalmente personal mía).

El incendio final, significando una especie de renovación y renacer, conforma una locura extraña, donde en vez de aparecer policía o cuerpo de bomberos alguno (lo que sería lógico ante un incendio), solo aparece una ambulancia para llevarse al pobre Alexander. Se intercalan ciertas tomas en blanco y negro, de cierto toque onírico, y de simbología dudosa, que sin embargo otorgan una cierta belleza a la película. Un toque gris y apagado que parecen indicar los desastres venideros.

El niño es el único toque inspirador del relato, donde el director deja entrever cierta esperanza. La constante protección mostrada hacia el párvulo, así como sus cuidados hacia el árbol caído del inicio, son las únicas pruebas de que para Tarkovsky no estaba todo perdido.

Considerada por algunos como la obra maestra de Tarkovsky, es sin duda una obra poética, no digerible por todos los estómagos, en donde este curioso trovador descargó sus críticas a la humanidad, la sociedad y quién sabe cuantas cosas más. La puntuación es sin duda lo más anecdótico de la obra.

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