25 de septiembre de 2010

Crítica: Rebelde sin causa

Rafael Bargiela.

Jim Stark es un chico con problemas de adaptación que se acaba de trasladar con sus padres a una nueva ciudad. Sus padres, con la intención de protegerlo, se mudan a un nuevo sitio con el fin de encontrar para su hijo una estabilidad social. Sin embargo, y a pesar de intentar evitar los problemas, Jim no puede esquivar el enfrentamiento con un grupo de chicos, que querrán probar su valía.

El mito de la rebeldía, la juventud y representante de las nuevas generaciones de la época se llamaba por entonces James Dean. Su muerte lo encumbró como una leyenda que, con tres películas en toda su carrera, se alzó en lo más alto del Olimpo del celuloide. El talento desplegado en su corto currículum quedó grabado en la mente del cine para siempre. Su segunda película, 'Rebelde sin causa', llevaba atrasada en mi filmoteca digital (es decir, disco duro lleno de archivos "divx") durante meses. El tiempo de reserva no hizo, por desgracia, mejorar el contenido de la película. Pocas veces ha sido tan grande mi decepción. Pocas veces había sido testigo de semejante patada al sentido común y al buen gusto a la hora de confeccionar un guión.

Durante los primeros minutos pensé que la incongruencia de ciertas conversaciones podría verse afectada por los a veces lamentables doblajes a nuestra santa lengua, a la cual me remitía por falta de subtítulos para el sonido original. No obstante, ese maravilloso formato llamado Dual, impagable a todas luces, me permitió apreciar de nuevo en esas dudosas frases, su procedencia original, la cual para mi asombro, seguía teniendo el mismo nefasto significado. Mis disculpas para los dobladores.

Quitando a un lado que tiene una banda sonora notable, y unas interpretaciones más que aceptables, el resto podría ser digno de la serie B más cruda. Toda la historia transcurre en un único e interminable día, donde nuestro protagonista pasa de ser un desconocido a acabar presenciando dos muertes y llevándose a la chica. Buen trabajo James. Si estuviéramos hablando de 'La jauría humana', esa genial obra maestra de Arthur Penn, entenderíamos que en el cine todo es posible si se hace con encanto y arte. Al igual que en la película de Penn, en 'Rebelde sin causa' también se intenta hacer una crítica a la sociedad americana de entonces, centrada en la juventud. Pero eso no justifica diálogos de besugos entre padres e hijos, ni que dos tios apunto de arriesgar sus vidas por su honor se hagan amigos a última hora y justifiquen sus actos al grito de "Algo tendremos que hacer". Pretensiones trascendentalistas baratas.

El más simpático de todos los personajes se llama Judith. Chica mona de turno, novia del chulo de turno que tras morir, se enamora tan solo 2 horas después del protagonista, superando un inapreciable (e instantáneo) trauma. Decir, en lo que es la mejor frase de la película, que nadie es sincero y que todos se bañan en hipocresía no salva a este personaje de la quema. Como tampoco se salva el personaje de "Platón". Sin meternos ya en su inexplicable ocecación por Jim (nuestro querido Dean), no se en que momento de la película su soledad justifica que empiece a tiros con todo el mundo. Ni los del a "Nouvelle Vague" transfiguraban tanto las emociones.

Defectos hay como agua en el mar. Mi sorpresa es que esta desdeñable película proceda de una de las mayores épocas de creación de obras maestras de Hollywood. Solo la explotación de su estrella justifica su creación. No entiendo como existiendo guiones de la época como 'La gata sobre le tejado de cinc' o la ya nombrada 'La jauría humana' pudieron salir engendros como este. Pero lo más decepcionante es sin duda como un maestro del calibre de Nicholas Ray pudo acceder a realizar un guión tan dudoso. Sobre todo cuando este director es el artífice de una obras maestras como 'Johnny Guitar' o 'En un lugar solitario', donde Humphrey Bogart le podría haber enseñado algunas cosillas al colega Dean.

Creo que la rebeldía tiene bastantes mejores reivindicaciones que ésta en el mundo del cine. Hace que se me caiga el mito.

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