Teresa Fernández / Madrid.

Madrid, la cuna del chotis; tierra de nadie y casa de todos; siempre latiendo con el impulso de los viandantes que a pesar del ritmo frenético y las aglomeraciones de la ciudad, se dejan encandilar por sus emblemáticos monumentos. El abanico de posibilidades se abre en arterias centrales como el Paseo del Prado: camino de enamorados, de amantes del arte, de guiris… que conduce a la primera parada obligada, el Museo del Prado, entre los referentes del mundo.

Entre el caos provocado por el tráfico, los forofos del Real y los curiosos extranjeros contemplarán a la diosa -Cibeles- de la fecundidad de la tierra, montada encima de un carro tirado por dos leones. Los apasionados por la cultura caminarán hacía la Biblioteca Nacional, declarada Monumento Histórico-Artístico en 1983. Habrá quienes preferirán andar por la calle de Alcalá y dirigir sus pasos hacia la cincuentona Gran Vía y bajar por la corredera de las tiendas hasta desembocar en la Puerta del Sol, lugar de todas las miradas cada 31 de diciembre y punto de encuentro entre amigos -a los pies del oso y el madroño- durante el resto del año.

La ruta continúa hacia la Plaza Mayor para escabullirse por uno de sus arcos y desembocar en alguna bocatería con un intenso olor a calamares fritos. El siguiente deleite para los sentidos es contemplar el Palacio Real, con sus jardines de Sabatini, la catedral de la Almudena (la primera catedral española consagrada por un Papa y la primera que Juan Pablo II consagró fuera de Roma) y un atardecer en el Templo de Debod (dedicado al culto de los dioses egipcios Amón e Isis, con una antigüedad de 2.200 años, y donado por el Estado Egipcio a España en 1968).

Los más taurinos disfrutarán de la grandiosidad de Las Ventas, coso de estilo neomudéjar en ladrillo visto. Y los más devotos, que quieran rendir honores al patrón de la ciudad, la visita obligada es la iglesia colegiata de San Isidro, donde está enterrado.

¿Cuál es el monumento más bonito de Madrid?