24 de mayo de 2010
Crítica: Las uvas de la ira
Rafael Bragiela / Madrid.
Henry Fonda encarna a Tom Joad, un tipo humilde que acaba de salir de la cárcel, y regresa junto a su familia, a sus campos arrendados en Oklahoma, pero cuando vuelve descubre que la crisis que azota el país a acabado con su familia desahuciada. Tras reunirse con su gente en casa de su tío, toda la familia emprende un viaje agónico en un camión precario hasta la tierra donde prometen trabajo, California.
La gran depresión provocó durante los años 30 una gran quiebra mundial, dejando en EE.UU. una altísima tasa de paro, afectando intensamente a las zonas rurales, debido a la gran caída de los precios de las cosechas. Así, con este catastrófico plantel, John Ford nos presenta la adaptación cinematográfica de la novela de John Steinbeck, un periplo de pobreza en pobreza, de miseria en miseria, sin más motivación que la familia y el levantarse vivo cada día.
A la hambruna y la falta de todo se le une la crueldad y la pseudoesclavitud a la que se ven sometidos los pobres peones por aquellos, que sin escrúpulos, hacen de la decadencia una ventaja, pagando nada por un trabajo tortuoso e inhumano. La ley no los ayuda, sometidos los cargos de seguridad a la esclusividad de cada ciudad, villa o pueblo, donde los terratenientes mandan, donde los ricos compran su ley y la vida de los demás.
Las familias enteras se ven obligadas a emigrar de los campos, abandonando sus tierras alquiladas, obligados a buscar trabajo en latifundios donde no tienen que someterse a los gastos de mantenimiento de los campos ni la casa. De esta forma, la familia Joad va presenciando la tragedia humana a través de su viaje, de los lugares donde acampan, de los sitios donde trabajan. La unidad familiar es lo único que les queda, viendo como otros acaban vendiendo su moral por mantener a los suyos, los Joad luchan en este relato por mantenerse unidos y salir adelante en aquel tiempo tormentoso que fue la gran depresión.
Nos acompaña un gran guión, con una gran interpretación de Jane Darwell (ganadora del oscar a la mejor actriz secundaria), y un carismático Henry Fonda, cuyo personaje se va desmoronando moralmente a lo largo de las historia, trastornado por las desgracias presenciadas, viendo como sus seres cercanos se mueren, percatándose poco a poco de que el levantamiento acabará por ser la única salvación. Grandes frases, de aires revolucionarios, acaban matizando el diálogo, y la historia acaba casi como empieza, solo con un ligero toque de esperanza para un gran número de gente que lo tuvo realmente jodido.
"Nunca podrán con nosotros, porque nosotros somos la gente..."
2 Response to "Crítica: Las uvas de la ira"
Una auténtica obra maestra. Imprescindible hoy en día, con la situación que estamos viviendo.
Tengo desde hace mucho tiempo esta película apuntada en mi lista de: "Pelis por ver".
Creo que es el momento.
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