Héctor Rubio / Madrid.


Todos hemos visto estos días en las cadenas de televisión esos mantos blancos cubriendo plazas, calles, tejados, que pocas veces han estado de igual modo. También hemos visto accidentes, calles cortadas y vías de comunicación bloqueadas.

Con la nieve hay una especie de relación amor odio. ¿A quién no le hace ilusión ver nevar? La nieve tiene algo que nos engancha, un halo romántico y melancólico, un recuerdo de la Navidad (Aunque haya pasado hace menos de una semana). La gente sale a las calles a hacer fotos, a grabar vídeos. Los niños, y los no tan niños, hacen muñecos, se lanzan bolas de nieve con sus padres detrás para que se abrochen hasta arriba los abrigos y se ajusten las orejeras. Pero no todo es tan idílico, la nieve es más que nada un gran problema, sobre todo si tienes que salir de casa por ejemplo para ir a trabajar.

Las dificultades empiezan al salir a la calle, de repente no caminas, no andas, sin darte cuenta ha empezado tu carrera como patinador artístico. Más aun si en tu localidad el alcalde de turno ha cambiado las aceras grises de toda la vida por unas muy lustrosas rosas y blancas pero que resbalan increíblemente. Si has tenido suerte y has conseguido llegar donde tenías aparcado el coche te esperan una media hora de quitar nieve o si lo tienes en garaje, jugarte la vida para salir por la rampa, que se ha convertido en una pista de hielo.

Una vez lo tienes arriba (¡Bien!) empieza el verdadero patinaje. Las carreteras suelen tener quitanieves o máquinas para echar sal, pero ¿Y los pueblos? ¿No se dan cuenta que antes de llegar a las autovías hay que salir de tu barrio? Pues parece ser que no. Así que lo más sensato es coger el transporte público, si es que hay en tu zona y si no lo han cortado o reducido por el temporal.

Pero bueno no nos quejemos tanto que como dice el refranero: “Año de nieves, año de bienes”. A ver si es verdad.

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