18 de enero de 2010
Crítica: Capitalismo, una historia de amor
José Hernández / Murcia.
Cualquiera que haya visto una película de Michael Moore sabe a lo que atenerse. El orondo cineasta de Flint, Michigan, no es precisamente un icono de la objetividad periodística. Tampoco lo persigue, ni se ha erigido en un abanderado de ello. Más bien al contrario, siempre ha sido honesto en tanto que su toma de partido forma parte hasta de la premisa de sus reportajes. Por tanto, uno sólo puede acercarse a su obra sabiendo que va a presenciar una argumentación sobre determinado tema que habla desde un lado concreto del espectro sociopolítico. Criticarle por ello es como quejarse de las explosiones de una película de acción.
Su último film es 'Capitalismo, una historia de amor'. En él, Moore intenta analizar el sistema económico estadounidense a raíz de la actual situación de crisis financiera. Es un tema que se ha tratado hasta la saciedad en todos los medios, pero nunca está de más una nueva visión del asunto.
Es una pena que se trate de una obra menor del cineasta. Quizá se deba a lo explotado que está todo esto, pero sus entrevistas no logran sacar nada nuevo a la palestra ni en lo humano ni en lo social. Consciente de ello, intenta forzar el momento emotivo o la declaración polémica de forma demasiado descarada y no siempre con resultados. ¿Le sucedía en otras películas? No tanto, sobre todo porque los momentos bajos se contrarrestaban con otros sobresalientes. Su análisis sociopolítico, por otro lado, sí resulta más interesante y revelador, pero recuerda demasiado a otras películas suyas ('Roger and Me' y 'The Big One', principalmente) y adolece de falta de profundidad respecto a lo que se le debería exigir. Al fin y al cabo, no llega mucho más allá de lo que lo haría un reportaje de Informe Semanal, que aunque sea un buen nivel, no sirve para sostener dos horas de película si sus otros aspectos no rayan a la misma altura.
Lo peor es que su contenido satírico no está a la altura de las expectativas. Si en algo destaca Moore es en su capacidad para el comentario jocoso, el chiste cáustico, el montaje con mala leche, la actuación de feria para sacar los colores a los poderosos. Aquí, sin embargo, parece que se ha estancado en más de lo mismo. Sus acciones públicas son bastante inocuas y faltas de creatividad, aunque también se nota que le es más difícil sorprender a la gente. Moore es víctima de su popularidad, al fin y al cabo. Pero es que su indudable capacidad para la crítica humorística tampoco parece tener la potencia de otras ocasiones, salvo un par de momentos verdaderamente brillantes (la comparación entre Estados Unidos y el Imperio Romano, las imágenes de Jesucristo siguiendo las doctrinas capitalistas…).
Quizá todo esto se deba a que ha intentado tener lista la película a toda prisa para estrenarla cuando todavía es relevante. Se nota mucho en el montaje, que no es tan fluido en su estructura y narración como en películas anteriores. Más bien parecen episodios sueltos que no se han sabido cohesionar de forma sólida.
Eso sí, un Moore menor sigue siendo una buena película. Sobre todo porque de vez en cuando se necesita a alguien como él, un tipo sin pelos en la lengua que apoye con vehemencia la movilización social, que inste al pueblo a rebelarse ante las injusticias y a utilizar la democracia para cambiar un sistema corrupto. Eso no se puede hacer desde la neutralidad y la objetividad, hay que tomar partido. Y nadie como él para eso.
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